Il collegio della música

Como casi siempre suele ocurrir nos ponemos en marcha muy temprano, el cansancio en nosotros es evidente pero afrontamos el día con muchas ganas pués nos dirigimos a un gran abandono, el último por tierras Italianas. Después de unas horas al volante llegamos a nuestro destino, en este caso una imponente escuela que hacía también la función de internado. Una primera inspección es suficiente para ver el camino que nos conduce a la entrada, la pista de basquet nos indica que habíamos llegado. Me detengo un momento y lo observo en su totalidad… ufff, la dimensión de este lugar realmente es descomunal, vamos a tener mucho trabajo si queremos fotografiar la escuela en el tiempo que nos habíamos marcado (tres horas), por eso nos apresuramos a desplegar los trípodes, acoplar la camara y a hacer lo que más nos gusta, fotografiar.

 

Primeras fotos antes de entrar, una muy vandalizada pista de basquet. Me detengo un segundo para imaginar la cantidad de partidos que se llegaron a disputar en esta cancha. Gritos, aplausos,  las aficiones animando… hoy solo silencio.

 

 

 

 

 

 

 

Nada más entrar el gran teatro nos da la bienvenida, sin embargo todos buscamos, de manera casi obsesiva la sala que ha hecho conocido este lugar, el aula de música.

 

 

 

 

 

 

Realmente es un aula muy atractiva para fotografiar, viejos pupitres perfectamente colocados, unas maltrechas sillas que apenas se aguantaban en pie… las partituras y el pentagrama en la pared nos recuerda constantemente donde nos encontramos. Sin embargo las condiciones de luz son pésimas, lo que se traduce en larguísimos tiempos de exposición por cada toma, eso me permite observar el aula con detalle. Un cúmulo de sensaciones pasan ante mi, pienso en como sería este lugar en plena actividad cuando decenas de niños tocaban al unísono esas notas colocadas ordenadamente en el pentagrama. De repente el “click” de mi cámara me devuelve al presente, por fin tengo la foto que tanto deseaba, salimos del aula y proseguimos la exploración.

 

 

 

 

Antes de subir a las plantas superiores, donde están los enormes dormitorios, vemos la iglesia con la capilla adjunta en un magnífico buen estado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las amplias escaleras me conducen al primer piso, allí entro a un aula muy buen conservada . Pupitres, la pizarra, incluso la mesa del profesor… todo perfectamente ordenado, en cambio en otras salas reinaba el caos y el vandalismo, montañas de papeles se acumulaban en el suelo.

 

 

 

 

 

 

 

El dispensario casi pasa desapercibido para todos nosotros, una pequeña sala entre las aulas parece esquiva a nuestras miradas. He de decir que, junto a la sala de música, es el espacio que más me sedujo. La camilla, un oxidado y viejo armario, el gran reloj… todo estaba perfectamente colocado para ser fotografiado.

 

 

 

 

Sigo la exploración de este descomunal lugar, subo a las plantas superiores donde están los dormitorios. Enormes salas donde dormían centenas de niños, creo que no de manera muy cómoda observando el grosor de los colchones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Antes de volver a la planta baja no puedo resistir la tentación de entrar otra vez al dispensario para captar nuevos detalles.

 

 

 

 

 

 

 

De nuevo en la planta baja, llego a la cocina.

 

 

El terror de los niños. Estos dos potros presidían inertes la sala de educación física.

 

 

 

 

 

 

 

 

Al abandonar el internado entro a un edificio adjunto. El interior huele terriblemente a humedad, donde la pintura verde claro de las paredes contrasta fuertemente con el verde oscuro causado por el musgo y el moho adherido a ellas, la naturaleza quiere formar parte de los interiores. Sillas perfectamente alineadas que parecen hacer equilibrio para no caerse.

 

 

Como suele pasar, no se cumplen las previsiones en cuanto al tiempo estimado en fotografiarlo todo, las tres horas previstas se convierten casi sin darnos cuenta en cinco. Estamos realmente agotados, últimas fotografías, alzamos la mirada y Dani no está, sigue sumergido en el aula de música, miro el reloj y veo con verdadero pánico que son las 4 de la tarde y aún  nos quedan 780 km antes de llegar a casa. A través del walkie hacemos sonar la canción de Sofia que tanto nos había acompañado en nuestros numerosos desplazamientos en coche, y… no hay humano en este mundo que pueda escuchar este tema de Álvaro Soler mientras hace fotografías, la táctica funciona y de golpe aparece ante nosotros con unas risas, es hora de recoger cámaras,  trípodes  y salir rumbo a casa.

Visita realizada junto a Sara y Dani.

 

 

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